miércoles, 30 de noviembre de 2005

Lo peor que le puede pasar a un depresivo insomne es que le programen Lágrimas Negras a las 4 am viviendo en un 7º piso.

Lo peor que le puede pasar a un cruasán es que escriban un libro con ese título, y lo peor que me ha tenido que pasar en estos dos últimos días ha sido engancharme a semejante cosa, y leérmelo.

No sé si fue el mal rollo vivido estos últimos días, pero he tenido un nuevo brote de dolor en la pierna donde tuvo a bien de salirme un herpes hace cosa de año y medio. Me da especial rabia tener algo taaan doloroso, pero sin otro síntoma visible, porque no he vuelto a tener erupciones cutáneas ni nada que llevarle al médico para que me tome en serio. Aunque como ya comprobé en su día, peor es que te tome demasiado en serio y tengas que plantarle una denuncia por negligencia, como otros que han pasado por su consulta.

Perder el romanticismo tiene más que ver con abrir una enciclopedia médica y comprender que el conocimiento de tu médico de cabecera no pasa del vademécum.

No hace falta ser dios, necesariamente, para pillarles en un renuncio.

Pero por ahora, estoy aguantando con mi tratamiento y mis analgésicos, y sufriendo mis noches de dolor físico con mucho negro sobre blanco de baja calidad y mucha televisión. Aunque a las 4 de la mañana no programen alegrías precisamente. Entre tanto cine español, reposiciones de series de los ochenta e informativos del canal internacional emitidos en bucle, acabaré curándome del insomnio.

O eso, o aplicar lo del doctor radio. Según estudios recientes, el 90% del insomnio mundial se cura madrugando hasta que o duermes por cojones o entras en coma (en el caso del 10% restante).

domingo, 27 de noviembre de 2005

Boys don´t cry

Nunca veáis la película Boys don´t cry el mismo día en el que habéis tenido que sacrificar a vuestra mascota. De verdad, no ayuda a disfrutar del fin de semana.

viernes, 25 de noviembre de 2005

Y si la tuviese, sería un problema.

No creo que tenga sentido escribir una bitácora personal a estas alturas, pero hacemos tantas cosas sin sentido práctico aparente, que el hecho de tener un diario público ha dejado de tener finalidad incluso para quien lo escribe.

Y si la tuviese, sería un problema.

lunes, 21 de noviembre de 2005

Hace veinte días, mi abuela no celebró su 79 cumpleaños, mi madre cumple hoy 56 años, mi único sobrino 11 meses, me quedan 28 días para llegar al cuarto de siglo. Hemos comprado pasteles caros y coca cola light. El bebé de la familia ha correteado toda la tarde, deshojado cinco macetas, desarmado la casa del hámster, y mordido mi brazo con sus cuatro pequeños dientes hasta hacerme sangrar.

Me cae bien este niño que lleva parte de mis genes con sus correspondientes rasgos físicos, pero que no he tenido que gestar, parir ni criar.

Una parte de mi cinísmo descansa cuando se alegra de verle, y la otra se mantiene en guardia, soltando aquello de "No traeré otro niño a este valle de lágrimas". Así que por esa parte, mi ambivalencia con respecto a la maternidad me hará desgraciada y feliz al tiempo si algún día procrease. Para asentar las cosas.

Todo eso y comprobar que es mi tía materna, soltera a los 55, quien más babea con la nueva cría humana en casa.

domingo, 20 de noviembre de 2005

Españoles, Frasco sigue muerto ¿?

Hoy hace 30 años que el dictador Francisco Franco pasó a peor vida. Y en todas las casas de este país, habrá miradas al árbol genealógico del tío de enfrente y un recuento de las balas que uno y otro tiraron por el camino. Hoy, en la sobremesa, hemos discutido sobre qué sucedió en España para que llegase a suceder lo que sucedió.

Un telediario después, creo que de otra guerra civil nos libra las revistas del corazón, Internet, y la sociedad del de consumo. La pasta verde amalgama ideas fronteras adentro.

jueves, 17 de noviembre de 2005

Araceli was here y no la pude ni secuestrar

(Dentro vídeo)


¿Qué pasa, pero qué pasa? Me muero de un ataque de frustración, me consumo y floto hecha humo por los techos.

Todos tenemos héroes o héroas, personas a las que podrías secuestrar, llevártelas a casa para meterlas en un terranium tamaño medio y estudiarlas. A ver si con un poco de suerte logras chupar información suficientemente convincente, y cambias tu propias y erróneas conclusiones por las conclusiones de tu espécimen en conserva... convencimiento total de lo triste que eres tú y lo maravilloso que serías de poder chuparle el alma a tu héroe.

Pues yo quería ser montañera, concretamente me hubiese gustado ser Araceli Segarra. Primero, porque tuvo la culpa de aparecer en una de esas revistas que no te provocan cansancio de vivir, o sea... una revista de moda. Pero aparecía encaramada a una tapia del parque Guell haciendo cosas diferentes y extrañísimas, calzando una especie de zapatillas de goma y con carita de no tener miedo de estrellarse contra el suelo.

Hablo en pretérito, porque después vendrían mis propias locuras, mis propias zapatillas de goma cocida, y mi propia carita de felicidad ocultando mi propio temblor de rodillas.

Se llamaba escalada, y creo que sigue llamándose escalada. Pero qué más da cómo se llamase aquello... no importa cuándo ni cuánto trepé o trepe, ni si volveré a trepar. Ahora, por motivos íntimos y personales, estoy en pause con el deporte.

Pero es que, maldita sea, la Araceli estuvo en Dalías, un pueblo de mi ciudad, conferenciando... y no me enteré. Hubiese sido un enorme guiño al pasado, al origen de la chispita que me dio en su momento averiguar de qué iba eso tan raro que hacía esa tía tan jovial y tan comunicante.

Y me lo perdí. Y me lo perdí no sólo por no saberlo yo, sino porque nadie me lo dijo. Y si nadie me lo dijo es porque en gran medida, he procurado que nadie me diga ni eso ni nada. Aunque me coma los puños, en definitiva, ahora puedo comérmelos tranquilamente porque no me sirven para otra gran cosa.

Madre mía, pena más grande. Lástima de terranium desocupado.

domingo, 13 de noviembre de 2005

Aquí no hay quien viva

Hace frío. Estos dos últimos días ?también llamados fin de semana - he vivido enroscada en mi edredón de plumas, viendo mucha televisión e intentando engordar las reservas para cuando no me quede otra que salir pafuera.

En la cocina alguien limpia los restos de mi existencia, en el baño recogen los minipelos que abandono en el cepillo, en el cuarto de la plancha cosecho mis coladas impolutas libres de arrugas y nunca, nunca cojo el teléfono. Si no viviera con la más experta ama de casa del mundo, tendría que salir de mi hibernación para hacerlo todo. Tendría que reaccionar rápido cuando se atascase el fregadero, la lavadora vomitase el agua o hubiese que cambiar la bombona del gas. Me pasaría tardes enteras de pie, planchando mis propias camisas. Y lo peor que le puede pasar a una depresión; tendría que bajar a por la compra, lo que probablemente supondría encontrarse gentes de ésta mi comunidad, algunos de los cuales incluso son familiares. Que horror.

Por suerte, mis depresiones se pueden acomodar durante días y días sean festivos o no, entre sábanas siempre limpias, almuerzo a las 2, siestas de seis horas y un mando a distancia.

Así no hay quien viva, coño.

martes, 8 de noviembre de 2005

Perder el tren

Estoy ligeramente triste por mi mala gestión del tiempo / espacio multiplicado por la pasta de la que dispones. Cuyo producto elevarás al cubo para obtener el futuro socio laboral correspondiente.

Ahora sé que hay trabajos y niveles de conocimiento a los que no accederé, por incompatibilidad matemática.

La pena es que miro atrás y veo la línea que desciende y desciende... y las agujas del termostato que suben y suben... y la masa cerebral radiada en silencio frente a las teclas de una bitácora.

Y eso cuando me da.

miércoles, 2 de noviembre de 2005

Estos días azules...

Míralo dentro de un contexto. Es la frase para los que estudian el pasado. El artístico, el histórico, el científico o los tres juntos.

Eso hacemos en clase de Cine, aunque nos riamos cuando la película dice miedo, porque ya no nos lo da. En lo simple que era todo, como si los hombres de hace un siglo fuesen una masa de niños que alimentar de emociones muy digeridas: miedo, amor, 30 segundos de realidad en movimiento... y lo curioso es que, conforme la técnica se refinaba, también lo hacía el argumento. ¿Los niños crecieron? Igual la burguesía que llenaba el teatro para ver cine podrían considerarse a sí mismos adolescentes dibujados con brocha gorda. Por eso los finales encajaban como novelones, puzzles de tres piezas: planteamiento, nudo y desenlace.

Los únicos adultos eran los artistas, según el espejo de MI época. Los que eran capaces de crear mientras nadaban en el mar de subjetividad que corresponde al conocimiento, donde uno nunca está realmente muy seguro de nada.

Míralo en tu época, dice mi profesor de literatura. Esas revistas literarias de posguerra que arañaban un poco de aquí y allá, para lograr algo casi visible. Da miedo el fascismo, sobre todo cuando aprendes a reconocerlo a tu alrededor, con todo el esfuerzo de algunos por volvernos niños.

Conocía la historia del poeta Antonio Machado de haberla estudiado en los libros. Pero yo desconfío de los libros, no acabo de creerme ninguno. Quizás por eso me he vuelto una frívola, un poco cáscara, que prefiere la superficie que existe porque tiene que existir, porque contiene un montón de cosas inciertas...

La historia del destierro de Machado, un hombre cruzando los Pirineos a pie junto a su madre anciana. Saliendo de España para morir dos días después en un pueblo francés junto a la frontera. Como si negase su sangre a la carnicería en la que ya se había convertido su país. Y el papelito que llevaba a cuestas, esos dos versos de maleta.

Estos días azules y este sol de la infancia.

En medio de la clase, yo que no tengo cultura ni erudición que apoyen mis sensaciones superficiales. Sólo siento que me han engañado, porque la verdad no tiene contexto histórico. Aunque esto lo piense yo hoy aquí, ahora.